[SE TI INTERESSA UNA VERSIONE ITALIANA DI QUESTO POST, SCRIVIMI. UN MIO VECCHIO E LUNGO SAGGIO SU LE GUIN E L'ANTROPOLOGIA LO TROVI QUI]
La primera publicación de este blog se la debo a Ursula K. Le Guin, quien ha inspirado su título y, sobre todo, me inspira a mí desde hace muchos años. En The Language of the Night, su primera colección de ensayos sobreliteratura fantástica y de ciencia ficción, escribe:
I do have notebooks, in which I worry at plot ideas as if they were old bones, growling and snarling and frequently burying them and digging them up again.
Y así es como van las cosas. Si prestamos atención, el mundo nos permite recoger algunos de sus tesoros. A veces son grandes: ideas que nos cambian la vida, un hijo, un territorio donde asentarnos, una vocación. Pero más a menudo se trata de cosas pequeñas, como un aroma, una sugestión, una piedra, una canción, la semilla de una historia. Yo prefiero los pequeños tesoros porque son más fáciles de transportar y los puedes enterrar, desenterrar, jugar un poco con ellos y luego volver a enterrarlos. Te puedes incluso olvidar de ellos, o mejor dicho, creer que puedes, porque en realidad continúan trabajando dentro de ti. Están vivos y, a veces, crecen.
Cuando lo hacen, deberías ayudarlos. Se necesita paciencia y constancia pero más que nada respeto y gratitud: todo lo que crece y te nutre es un regalo y cada regalo es sobre todo un compromiso gozoso que contraemos con otras personas, humanas y no humanas, que cohabitan con nosotras en este mundo. Este blog, y también este sitio que recoge los frutos dealgunos pequeños tesoros que he encontrado en el camino, es una forma de honrar dicho compromiso. Por eso quiero dedicarlo a Le Guin, que es sin duda la persona de papel que más me ha ayudado a crecer.
Sus libros me acompañan desde la primera adolescencia y continúan hablándome con esa dulzura radical que, generalmente, es prerrogativa solo de las abuelas. Son tantos pequeños huesos que, gruñendo y refunfuñando, no he hecho más que enterrar y desenterrar durante
casi treinta años.
Mi primer libro de Le Guin fue Tehanu. Tenía doce años y lo robé en una librería del centro de Roma, añadiéndolo clandestinamente en una lista de textos escolares ya pagados. No sé por qué lo hice, seguramente mi madre habría estado feliz de comprármelo. No he robado muchos otros libros en mi vida y ese, además del primero, fue el único robo no dictado por pura y dura necesidad. (¡Qué sí!) Hoy sería fácil decir que, quién sabe cómo, yo intuía que el lugar apropiado de ese libro era allí, entre aquellos concebidos para ayudar a las pequeñas personas a convertirse en adultas. O que no podía ser pagado, porque era un regalo y los regalos no se pagan: nos atan... Pero la verdad es que lo robé, y punto.
Sea como fuera Tehanu me ató a Le Guin, abriéndome las puertas de otros universos. Es el cuarto libro ambientado en Earthsea, el mundo de agua en el cual –en la trilogía inicial– un joven descubre la magia de las palabras y, embriagado por el terrible poder de los verdaderos nombres de las cosas, desata al enemigo con el que todos debemos enfrentarnos: nosotras mismas. En las historias del ciclo, incluida Tehanu (escrita dos decadas después de los primeros volumenes) hay todo lo que una joven persona necesita para crecer: la simple verdad de palabras que te fuerzan dulcemente a hacer todo lo que puedas para conocerte a ti misma.
Portada de la maravillosa edición ilustrada de The Folio Society de Tehanu (ed. or. 1990).
Es por eso que, en los años caóticos de la adolescencia, fue Earthsea el lugar donde más me sentía en casa. Quizás no se convirtió en mi matria, pero me ayudó a entender que vivir significa, sobre todo, buscar una.
Buscar el lugar al que pertenecemos... Los personajes de Le Guin, como etnógrafas, pasan la vida alejándose de donde crecieron, de donde todo se hace como parece natural que se haga, para entender que hay otros lugares y otros modos de vida. Entender la alteridad es sobre todo buscar una vía para regresar a casa: “Ser entero es ser parte”, está esculpido en la tumba de la líder anarquista Odo, “el verdadero viaje es el retorno”. Y en las palabras que casi cierran la más importante novela utópica del siglo pasado, The Dispossessed, el protagnista, Shevek, está pensando precisamente en estas palabras de la mujer que ha permitido el nacimiento de la sociedad libertaria de Anarres cuando le dicen:
You can go home again, […] so long as you understand that home is a place where you have never been.
Portada de la edición en español de The Dispossessed. (ed. or. 1974).
Nuestro hogar, nuestra matria, es un lugar en el que nunca hemos estado. ¿Pero realmente podemos regresar a donde nunca hemos estado? Always Coming Home es el artefacto más sorprendente que Le Guin ha regalado a sus lectores y, en particular, a quienes hacemos antropología. Lo escribió a principios de los años ‘80 en la vieja casa del Valle de Napa, en California, donde pasó todos los veranos de su infancia (“creo que es allí donde ha empezado a formarse mi alma”, afirmó).
Cuando el libro salió debió parecer una de esas extravagancias que solo se puede permitir una autora ya consagrada, pero hoy es imposible no leerlo como un ejercicio ante litteram de antropología del futuro. El equivalente del prefacio se llama "Hacia una arqueología del futuro" y dio nombre al importante ensayo de Frederic Jameson sobre los aportes de la ciencia ficción utópica al pensamiento político. Pero también resuena perfectamente con el manifiesto del EASA Future Anthropology Network.
Recuerdo mi desesperación cuando, después de años de búsqueda en todas las librerías de segunda mano de Roma, tuve que reconocer la derrota y renunciar a leerlo. En ese tiempo ya era estudiante de antropología y había descubierto recientemente que la K. entre el nombre y el apellido de Le Guin significaba Kroeber. Yo había estudiado las teorías de su padre, Alfred, y leído el maravilloso y terrible libro de su madre Theodora sobre la vida de Ishi, conocido en aquel entonces como el último de los Yahi. Así que asimilé esa nueva información con la naturalidad con que se coloca una pieza de rompecabezas: para mí era obvio que había un vínculo de parentesco entre Ursula y la antropología, así como que sus libros habían contribuido a empujarme hacia este campo de estudios haciéndome, por así decirlo, “parte del clan”.
Mira la parte de este documental de A. Curry en que Ursula habla de la relación con sus padres y de la historia de Ishi:
Es precisamente por esto que me parecía tan injusto no conseguir hecerme con una copia de Always Coming Home, que es la etnografía imaginaria de un hipotético futuro pueblo del Valle. ¿Cómo podía yo, futuro antropólogo, sobrevivir sin leerlo?
Pero si el método leguiniano de roer y enterrar nos enseña algo, es que hay que tener paciencia. Finalmente, años después, encontré un vendedor en internet (milagros de la tecnología a principios del siglo XXI) y recibí una hermosa caja que contienía un libro ilustrado y un casete de audio. En el libro mitos, relatos y poemas del pueblo del Valle se alternan con verdaderas descripciones etnográficas. El casete, en cambio, documenta las canciones y la recitación de algunos poemas de los Kesh (Le Guin dice que, al grabarlos, tuvo la sensación de recopilarlos, más que de crearlos).
En resumen, Always Coming Home es una especie de poema antropológico sobre el sentido de pertenencia a un lugar, las raíces y el viaje, el crecimiento, el pasado y el futuro, y las relaciones que tejemos con el mundo animado del cual formamos parte.
Primera edición de Always Coming Home (1985).
Si Always Coming Home es una etnografía multimodal (im)posible, la novela corta A Man of the People (contenida en Four Ways to Forgiveness) logra concentrar en pocas páginas buena parte de la complejidad de una profesión que es también una vocación: la del etnógrafo (aunque en el libro, como en todas las novelas del ciclo del Ekumen, se habla más bien de "historiadores").
Detalle de la portada de la edición en español, Cuatro caminos hacia el perdón (Minotauro).
Es un Bildungsroman que narra la vida de Havzhiva, un chico del clan del Cable Sepultado de Stse, pequeña comunidad tradicional del planeta Hain. Siempre está inquieto y se hace preguntas que su gente no suele plantearse. los suyos lo ven como raro, incompleto, desequilibrado. Así que decide marcharse del pueblo para matricularse en la escuela de los historiadores, donde aprende otro modo -el de la ciencia, que en antropología llamaríamos etic- de mirar la complejidad de las culturas de la galaxia. Una manera de leer el mundo muy diferente de la de su pueblo, que en antropología pensaríamos como emic.
La elección de convertirse en historiador marca la vida de Havzhiva con el más radical de los viajes etnográficos: el desplazamiento interplanetario a velocidades cercanas a la de la luz. No hay vuelta atrás, porque el tiempo transcurre más lento para el viajero que para el resto del universo y volver significaría regresar a un mundo en el que ha transcurrido el doble de los años-luz recorridos. Sin embargo, como en Always Coming Home, también para Havzhiva el verdadero viaje no puede que ser un regreso a casa. Y es precisamente lo que eso implica -comprender la relación entre identidad y alteridad, asumir el compromiso ético y existencial que ella implica, entender que conocer a otras realidades es ante todo descubrir la nuestra- lo que hace de este personaje frágil pero muy fuerte un modelo para quienes intentamos hacer buena etnografía.
Por mi parte, yo sueño a menudo con Havzhiva. Desde que lo encontré, escondido en este cuarteto de historias aparentemente menores de la madurez de Le Guin, me acompaña y me guía.
Antes de enterrar todo de nuevo, presionando suavemente la tierra sobre el hueco que hice hace años en ese rincón del jardín donde todos pasan, pero que es especialmente mío, les lanzo
este quinto y último hueso: Donna Haraway y James Clifford conversando con Ursula K. Le Guin.
¡A roer!